martes, 26 de abril de 2011

Mis dos Abuelas


Publicado por conal_cochran
26 de abril de 2011

Mis dos Abuelas


Vengo observando, con suma preocupación, la discriminación existente tanto en este Foro como en Twitter y en la web en general.
Me alarman la agresión y los términos peyorativos.
El desprecio de todo tipo.
Se descalifica a “negros villeros”, “viejos” y “gordas”.
Hay mofa contra judíos, diabéticos y lesbianas.
Son atacados “uruguayos piojosos”, “porteños ladrones” y “provincianos muertos de hambre”.
Son difundidas, inclusive, injurias de la peor especie.
Se advierte un frenesí desenfrenado por enlodar a los demás diciendo cualquier cosa.
¿Dónde está la JUSTIFICACIÓN acerca de por qué apoyamos o rechazamos a un participante (NO a una persona que no conocemos)?
¿Qué tiene que ver LA FAMILIA del mismo para ser incluida en los denuestos?
Un discurso totalitario y simplificador de la realidad pone a todos los seguidores de un participante en una misma bolsa.
En el caso de los que seguimos a Cristian U, se dice de nosotros que, con toda seguridad, somos incultos, violentos, ludópatas y destructores de la propiedad ajena. El propio conductor de las “galas” propala especies semejantes en su programa de otro canal.
Y en los “debates” se abordan ciertas temáticas como la “violencia de género”, pero SE OMITE tratar toda esta sucesión de insultos y agravios que he detallado más arriba.
Como si no se tratara de acciones violentas, más allá de que sean verbales o escritas.
II°
Esto me trae a la memoria a mis dos Abuelas.
Dos personas maravillosas que han signado mi vida.
A mis Abuelos no los llegué a conocer.
Pero me dicen que, por la forma de escribir, me parezco a mi Abuelo paterno. Y por la forma en que defiendo mis convicciones, a mi Abuelo materno.
Mis abuelas eran distintas en algunas cosas.
 Y muy parecidas en otras.
Una, la materna, vino de muy pequeña a Buenos Aires.
A trabajar. Porque no le quedaba otra.
Se desempeñó como mucama y, más tarde, fue obrera textil.
Enviudó muy joven e hizo todo lo que estuvo a su alcance para cuidar a mi Madre.
Para que pudiera ir al colegio y no le faltase nada.
Su misión fue cumplida con creces. Admiro a mi Madre.
Mi Abuela paterna, en cambio, venía de una familia con una excelente posición económica.
Tenía una casa grande, buena ropa y palco en el Teatro Colón.
Disfrutaba de la música clásica y de las buenas lecturas.
Por circunstancias que no viene al caso contar, pasó de la riqueza a la pobreza.
Y sus hijos, como mi Abuela materna, debieron salir a trabajar desde muy pequeños.
Como mi Padre, por quien siento gran orgullo.
Mis Abuelas tenían varias cosas en común.
Ambas se caracterizaban por su carácter firme.
¿Qué otra cosa se podría esperar de una castellana y una vasca?
Eran perseverantes.
No paraban hasta conseguir lo que se habían propuesto.
Ambas me decían: “Ningún trabajo para ganarse el pan es motivo para sentir deshonra”.
Por eso me resisto a entender cómo puede ser posible que uno de los motivos para atacar a un participante es remarcar que se trata de “un simple paseador de perros”.
Mis abuelas me enseñaron a respetar todas las profesiones y oficios.
Todos eran dignos de respeto.
La señora modista y el señor carpintero.
La señora que atendía el quiosco y el señor almacenero.
Todos importantes. Valiosos igualmente.
No había diferencias.
Todos merecían, todos merecíamos, el mismo respeto.
Una vez, siendo yo muy pequeño, mi Abuela paterna me dejó un libro para leer.
Se trataba de “Corazón”, de Edmundo de Amicis.
Un papel, que oficiaba como señalador, marcaba uno de los capítulos: “El Carbonero y el Señor”:
En el papel, con letra prolija, decía: “Por si alguna vez te sientes tentado a tratar mal a alguien porque lo consideras diferente a ti, te invito a que leas este cuento”.
Mi otra Abuela, apenas sabía leer y escribir.
Pero me enseñó EXACTAMENTE  lo mismo.
Cortesía y respeto, ante todo.
“Todos somos hijos de Dios”, me decía.
Carboneros y Señores.
III°
Mis Abuelas provenían de mundos y familias distintas.
Pero ambas se llevaban muy bien.
Se querían.
Con las dos veía la tele.
Me cuidaron juntas.
Se reían juntas.
Y, en momentos amargos, lloraron juntas.
Y se sacaron muchas fotos.
Una de ellas la conservo dentro de la Biblia que me regalaron para mi Primera Comunión.
Y es uno de los bienes más preciados que tengo.
Porque me hace acordar lo que me enseñaron.
A no segregar a los demás.
A que un Carbonero vale tanto como un Señor.
A no diferenciar “clases”.
Sino a tratar de ver, en la medida, de lo posible, lo valioso que hay en cada ser humano.
Y que, de haber personas malas, uno tenía que tratar de dar lo mejor de sí.
Cada vez que veo esa foto, me emociono y sonrío.
Recuerdo la última mirada de ambas.
Y la última caricia, inolvidable, de sus manos ancianas y maravillosas.
Entonces, Biblia y foto, mágicamente, se combinan.
Porque imagino que, así como vieron y tocaron a este simple mortal, en un mundo mejor que este deben estar contemplando y tocando el rostro de Dios.
Conal Cochran

No hay comentarios:

Publicar un comentario